Por David J. Rocha Cortez 

La temporada del Teatro Luis Poma nos sigue ofreciendo una programación que resalta la diversidad estética del teatro salvadoreño. Entre sus montajes más destacados se encuentra La más sola y la más fuerte, producción dirigida por Roberto Salomón y protagonizada por Regina Cañas y Naara Salomón. 

Dramatúrgicamente, el espectáculo se construye a partir de textos de August Strindberg, Darío Fo, Tennessee Williams y Alfonsina Storni, hilvanados bajo una misma mirada: la historia de una mujer que puede ser una o muchas a lo largo del tiempo. Desde sus ojos emergen violencias, relaciones humanas e historias que transitan por diversos registros discursivos. Uno de los elementos más llamativos de la puesta en escena es precisamente esta confluencia de relatos: La más fuerte de Strindberg, La mujer sola de Darío Fo, un monólogo de Williams y los versos de Storni. La estructura de la obra no sigue una historia lineal. En su lugar, ofrece una serie de escenas y monólogos que muestran distintas facetas de la vida femenina: el amor, la violencia, la soledad, el poder. Algunas partes parecen sacadas de la vida cotidiana, otras parecen ocurrir en una telenovela, en un camerino o sobre un escenario. Todo esto convive de manera fluida, dándole al espectáculo una riqueza narrativa que atrapa y sorprende. 

En La más sola y la más fuerte, el director Roberto Salomón pone en el centro el trabajo de Regina Cañas y Naara Salomón. La obra se construye a partir de fragmentos de distintos autores, y es a través de las actrices que se logra unir todo en escena. Ellas pasan por diferentes formas de expresión, desde lo cómico hasta lo serio, mostrando cambios de tono y energía que le dan forma a cada momento. La puesta en escena deja ver cómo se construye una obra de teatro. El escenario no busca esconder lo que sucede detrás, sino mostrarlo. Las actrices cambian de personaje, de forma de hablar y de situación. No interpretan a una sola mujer, sino a muchas, en distintos tiempos y espacios. 

Regina Cañas maneja el ritmo del texto con seguridad y conocimiento. Marca los momentos importantes con pausas bien ubicadas, cambia de tono con claridad y se desplaza por el escenario con precisión. Cada palabra que dice tiene un propósito, y cada gesto acompaña el sentido de lo que expresa. Su forma de interpretar permite que los distintos fragmentos del montaje se unan sin perder continuidad. Aunque los textos provienen de autores diferentes, su actuación logra que todo fluya como si formara parte de una misma historia. 

Naara Salomón, en cambio, elige otro camino. Su presencia en escena se apoya más en el cuerpo que en la palabra. Utiliza el silencio como una herramienta de significado, sin que la escena pierda fuerza. Sus movimientos son medidos, sus gestos construyen emociones sin necesidad de explicarlas. No subraya lo que siente, lo deja ver. En lugar de decirlo todo, sugiere. Esta forma de actuar invita al espectador a completar el sentido, a observar con más atención. Es una actuación que se sostiene desde lo que no se dice, desde lo que se intuye. 

La escenografía, las luces y los objetos tienen un papel dentro del desarrollo de la obra. No están para decorar, sino que se integran a lo que pasa en escena, ayudando a cambiar el ambiente o el sentido de lo que se dice. Esta propuesta no busca que el público crea que está viendo algo real. Al contrario, invita a observar cómo se crea lo que se ve, y a pensar en lo que hay detrás de cada palabra, gesto y movimiento. 

El montaje se sostiene en gran parte por la minuciosa labor actoral, donde cada cambio de tono, gesto y corporalidad responde a una partitura bien estructurada. Roberto Salomón utiliza la espacialidad como una extensión del discurso narrativo, permitiendo que la acción fluya sin interrupciones y que la expresividad de las actrices dialogue con los elementos escénicos. No se trata solo de representar a las mujeres de estos textos, sino de hacerlas habitar el escenario con una organicidad que trasciende la mera interpretación de personajes. Aquí, la actuación se convierte en una herramienta para revelar capas de significado que resuenan más allá del artificio teatral. 

 

La más sola y la más fuerte es una obra que demuestra la fuerza de la actuación y el ingenio de una dirección que sabe aprovechar al máximo los recursos escénicos. Con un trabajo interpretativo sólido y una propuesta que juega con distintos niveles de ficción, el montaje logra conmover, hacer reír y generar reflexión en el espectador. Es un espectáculo que destaca por la entrega de dos actrices que sostienen con maestría cada momento sobre el escenario.